Bueno... El tiempo pasa, como decía en el mensaje anterior, y a veces no lo hace en vano. De hecho, nuestra pequeña Salomea ya tiene 5 meses (¡quién lo diría! Si parece ayer cuando nos llegó...) por lo que el pasado 25 de mayo le tocó que le dieran el remojón.
Así que, todo dispuesto para el bautizo, nos pertrechamos durante toda la semana anterior de ganas, hambre, alegría... Y por supuesto, su papá, Miguel, también se estuvo pertrechando de comida para ofrecer una gran fiesta a sus invitados.
Duchado, peinado, desodorado y perfumado, me presenté en la iglesia de los Padres Franciscanos para ejercer los buenos oficios de padrino de la pequeña, y al terminar la misa de rigor (1 hora y 20 minutos de misa, que en Polonia es el tiempo normal de duración, acompañada a ritmo de órgano y coros) nos dirigimos a la capilla de Santa Salomea, que -¡qué casualidad!- se hallaba en esa iglesia para efectuar el bautizo de rigor.
Nos llegó un padre franciscano mayorcete y con una sonrisa de oreja a oreja, que, ante la sorpresa de muchos, llevó a cabo la ceremonia en español, por lo que sólo el papá, algunos amigos y el que suscribe pudimos seguirla. En cualquier caso, Salomea se portó muy bien durante toda la ceremonia y ni siquiera protestó por el chorreón de agua.
Y allí me hallaba yo, sosteniendo la vela de rigor y siguiendo un ritual que, de vez en cuando hacía que la madrina (la cuñada de la mamá de Salomea, Agnieszka, que obviamente es polaca) me preguntara en voz baja: -¿Y qué dice, qué dice...?
En fin, una vez terminado el acto religioso, comenzamos el acto civil, mucho más alegre y satisfactorio, especialmente para las tripas y para reencontrarte con amigos a los que no veías desde hace tiempo.
Nos pasamos a un salón amplio que amablemente nos habían cedido los franciscanos en su monasterio y que se hallaba repleto de viandas exquisitas que habían sido preparadas por Damián, un maravilloso y experto cocinero mexicano que reside aquí en Cracovia, Miguel, el papá de la criatura, y en mucha menor medida, con mi modesta ayuda (para algo uno es el padrino, ¿no?). Por supuesto, comida mexicana que la gente paladeó disfrutó, alternándola con interesantes conversaciones.
Tras la comida, recogida del local y salida hacia la segunda parte de la fiesta: ¿adivinarán mis lectores a dónde...?
Evidentemente, al Club Latino El Sol, del que Miguel es copropietario... ¿dónde si no?
Allí no sólo bebimos a la salud de la pequeña sino que, sobre todo, seguimos comiendo y cantando, dado que algunos de los amigos latinos que viven por estos lares son músicos profesionales y se dedican a eso: a cantar y tocar. Así que a ritmo de saxofón, de guitarra, de bongos, de cumbia y salsa, de rancheras y de pop, de sones y de bachata, festejamos a la salud de nuestra Salomea, deseándole que toda la vida se le presente siempre como una bonita aventura en la que la bondad, la paciencia, el cariño y los buenos momentos sean los elementos más abundantes en la misma.
Así que, todo dispuesto para el bautizo, nos pertrechamos durante toda la semana anterior de ganas, hambre, alegría... Y por supuesto, su papá, Miguel, también se estuvo pertrechando de comida para ofrecer una gran fiesta a sus invitados.
Duchado, peinado, desodorado y perfumado, me presenté en la iglesia de los Padres Franciscanos para ejercer los buenos oficios de padrino de la pequeña, y al terminar la misa de rigor (1 hora y 20 minutos de misa, que en Polonia es el tiempo normal de duración, acompañada a ritmo de órgano y coros) nos dirigimos a la capilla de Santa Salomea, que -¡qué casualidad!- se hallaba en esa iglesia para efectuar el bautizo de rigor.
Nos llegó un padre franciscano mayorcete y con una sonrisa de oreja a oreja, que, ante la sorpresa de muchos, llevó a cabo la ceremonia en español, por lo que sólo el papá, algunos amigos y el que suscribe pudimos seguirla. En cualquier caso, Salomea se portó muy bien durante toda la ceremonia y ni siquiera protestó por el chorreón de agua.
Y allí me hallaba yo, sosteniendo la vela de rigor y siguiendo un ritual que, de vez en cuando hacía que la madrina (la cuñada de la mamá de Salomea, Agnieszka, que obviamente es polaca) me preguntara en voz baja: -¿Y qué dice, qué dice...?
En fin, una vez terminado el acto religioso, comenzamos el acto civil, mucho más alegre y satisfactorio, especialmente para las tripas y para reencontrarte con amigos a los que no veías desde hace tiempo.
Nos pasamos a un salón amplio que amablemente nos habían cedido los franciscanos en su monasterio y que se hallaba repleto de viandas exquisitas que habían sido preparadas por Damián, un maravilloso y experto cocinero mexicano que reside aquí en Cracovia, Miguel, el papá de la criatura, y en mucha menor medida, con mi modesta ayuda (para algo uno es el padrino, ¿no?). Por supuesto, comida mexicana que la gente paladeó disfrutó, alternándola con interesantes conversaciones.
Tras la comida, recogida del local y salida hacia la segunda parte de la fiesta: ¿adivinarán mis lectores a dónde...?
Evidentemente, al Club Latino El Sol, del que Miguel es copropietario... ¿dónde si no?
Allí no sólo bebimos a la salud de la pequeña sino que, sobre todo, seguimos comiendo y cantando, dado que algunos de los amigos latinos que viven por estos lares son músicos profesionales y se dedican a eso: a cantar y tocar. Así que a ritmo de saxofón, de guitarra, de bongos, de cumbia y salsa, de rancheras y de pop, de sones y de bachata, festejamos a la salud de nuestra Salomea, deseándole que toda la vida se le presente siempre como una bonita aventura en la que la bondad, la paciencia, el cariño y los buenos momentos sean los elementos más abundantes en la misma.