El hombre, mayor, grande y afable, aunque con la total apariencia de un felino que se relame viendo el banquete que le espera, o quizá porque también me recordaba a Marlon Brando en el papel de don Vito Corleone, me estuvo haciendo varias preguntas, tras indicarme que había tres listas en las que te podías inscribir: la lista A, para los que no sabían nada; la lista B, para los que parece que sabían algo, pero en realidad no sabían nada; y la lista C, para los que de verdad podían decir que sabían algo.
Entonces, muy seguro de sí mismo, dijo sin dudar: -tú eres B-, y yo, cándido de mí, pregunté: -y eso, ¿qué significa?-
-Pues que estás en el nivel B, es decir, intermedio-. En ese momento, yo que tengo cierto orgullo y algo de soberbia intelectual (que por eso soy metodólogo en la universidad y me he leído el Marco común europeo para las lenguas), no sabía si echarme a reir o callarme y no sacar a este hombre de su error. Al final, dado que debo de ser prudente, me callé.
Ahora tocaba apuntarse en la lista, una vez superado el primer escollo, y allí topé con el segundo: tenía que buscarla a lo largo de una gran sala llena de gente, que parecía estar escribiendo en la mayoría de los casos. -Muchacho, lo llevas mal- me dije, pero hete aquí que la providencia divina se apiadó un poco de mí e inmediatamente dos bancas al lado de la mía apareció la lista B entre un grupo de chicas bielorrusas (-¿Que cómo sé que eran bielorrusas?-, os estaréis preguntando. Nada más fácil: tenían los pasaportes encima de la mesa...).
Pues bien, este fue el tercer escollo, porque entre risas y protestas mutuas, se apuntaban, se borraban, se volvían a apuntar, se volvían a borrar de esa lista... Y mi paciencia se agotaba y sus risas aumentaban... Les pedí tres veces educadamente la lista. Una en polaco, por el "por si acaso", otra en inglés, por el "por si no fue" y otra en francés, por el "oh! la la". Nada... En ninguna de las tres ocasiones me cedieron la lista, y el volumen de sus risas histéricas aumentaba por momentos...
Ya, no exento de cierta mala leche, les volví a pedir la lista, pero esta vez hice atributo de mi mal genio. Excepcionalmente, se encontraba cerca de ellas una de mis estudiantes ERASMUS, y cuando me reconoció y les hizo reconocer que yo no era ERASMUS, soltaron con toda docilidad la lista e inmediatamente cesaron en sus histéricas risas. ¡Menos mal que hay gente cabal en el mundo!
El cuarto escollo fue cuando a todos los que estábamos en el nivel B nos llevaron a una sala en la que, obviamente no cabíamos, para discutir los horarios que habíamos de tener. Allí nos juntamos varias kazajistaníes, una china, un japonés, dos ruandeses, tres españoles, cinco bielorrusos, dos jordanos, un eslovaco, un mexicano que no sabía qué hacía allí y..., ¡en fin! Se me acabó la cuenta.
Entró el lector y, en un muy correcto polaco, nos informo de cuándo no podía darnos clase y nos indicó que hiciéramos el favor de decirle cuándo queríamos tener las clases en las horas que le quedaban libres (en total, 4 horas por semana). Se fueron descartando horas y yo poniéndome más nervisoso, porque al final, ese horario quedaba de tal manera que coincidía con mis clases, por lo que era del todo imposible ir a las clases de polaco, a no ser que se tuviera el don de la ubicuidad. Precisamente así nos quedamos más o menos la mitad del grupo (unas 18 personas).
No obstante, cuando ya estaba el ambiente caldeado, nos dio una sorpresita: habría otro grupo y lectora aparecería... ¡Ahora! En ese momento llegó una chica que decía llamarse Salomea, y que iba a dar clase a los descontentos con el primer horario... Pero que había que cerrar un nuevo horario...
Fue tarea ardua, pero tras cuarenta minutos de debate, logré hacer frente común con las bielorrusas y el eslovaco frente a las kazajistanas y al clan oriental (es decir, la china y el japonés), y así salió un horario más o menos potable.
Total de tiempo empleado en esta operación: tres horas. Resultados: un horario y la promesa de empezar unas clases la próxima semana... A ver si para ese tiempo le da a la profesora por aprender a pronunciar bien mi nombre... Quizá se escriba la próxima vez foneticamente, por si acaso...
A propósito, que hoy estuve en el Stary Teatr de Cracovia viendo una obra de teatro... en polaco. Se trataba de la obra titulada Wariacje Enigmatyczne (Variaciones enigmáticas), de E. E. Schmitt, un autor francés con un apellido nada francés... Un diálogo entre dos actores que, si bien ha servido para demostrar mi absoluta incompetencia en la destreza de comprensión auditiva en polaco, al menos me ha permitido, gracias a mi polaco tabernario enterarme de los chistes cuando los había y reírme al mismo tiempo que el resto del público...
Y es que, como dicen en mi tierra, "menos da una piedra". El resto, lo veremos en el futuro, o como dicen los polacos: -zobaczemy, zobaczemy...-
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