28.12.06

24 de diciembre: noche de Wigilia

El pasado 24 de diciembre, tras ímprobos esfuerzos por intentar pasar desapercibido para poder deleitarme con mi propia cocina (he de reconocer que no se me da nada mal desenvolverme entre cacerolas y pucheros) y tras rechazar numerosas invitaciones para cenar con diversas personas y familias en Nochebuena, al final hube de aceptar, ya casi a punta de pistola e in extremis, la invitación de unos antiguos amigos, Darek y Magda, que junto a su hija Patrycja forman una feliz familia y que, dada la insistencia con la que me apremiaban a que los acompañara a esta cena de Nochebuena, al final no pude negarme.

El caso, es que me resigné a pasar un rato con ellos (o eso es lo que me suponía), cuando de repente, tras recogerme, me veo arrastrado en su coche a lugares de Cracovia que aún no conocía. Resulta que toda, toda la familia de Magda estaba reunida en un chalé sito en las afueras de Cracovia, y, así, iba a enterarme de uno de los sacrosantos secretos mejor guardados de las tradiciones polacas: la Wigilia Bozego Narodzenia o cena de Nochebuena.

Así pues, me armé de valor, aunque prefería mantenerme en un discreto segundo plano para no cohibir a los familiares con mi presencia (creo que muy artificial y ajena al evento), dispuesto sobre todo a observar qué y cómo se iba a desarrollar este evento social.

Con la aparición del primer lucero de la noche en el horizonte, a eso de las 18:30 h., se comenzó repartiendo entre los asistentes unas tabletas de pan ácimo, idéntico al usado en las hostias de la comunión, comprado a tal efecto en cualquiera de las iglesias polacas que lo venden. Era de forma rectangular, de tamaño aproximado a una tableta de chocolate, y contenía el grabado de un niño Jesús, con una cruz detrás del mismo. Cada uno de los participantes, como digo, tomó una de dichas tabletas y fue hablando con los demás, a fin de manifestarle sus deseos para la Navidad y para el año siguiente. Al finalizar, el interlocutor tomaba un trozo pequeño de la tableta del otro y vivecersa y se lo comían, y así iban pasando de uno a otro.

Posteriormente, nos reunimos todos alrededor de la mesa, y la mujer más anciana, ya bisabuela por cierto, encabezó el rezo de diversas oraciones destinadas a dar gracias por los bienes recibidos a lo largo del año que ya expiraba y por los que habrían de venir durante el siguiente. Todo ello rodeado de un espíritu muy piadoso y contenido.

A continuación, comenzó propiamente la tradicional cena de Wigilia, la cual se compone de doce platos: así se inició con una sopa de remolacha -el famoso Barszcz Czerwony-, seguida de una sopa de setas del bosque -Zupa Grzybowa-, para continuar con un tradicional plato compuesto de col fermentada y verduras, muy similar al sauerkraut alemán, llamado Bigos, y así un sinfín de platos que llegaban desde la cocina, para culminar con el plato fuerte de la noche: carpa asada. Posteriormente vinieron los dulces y los licores para bajar tan copiosa cena.

He de indicar que durante la cena no se probó ni gota de alcohol: sólo agua o compot (una compota o zumo espeso de frutas), dado que el alcohol está vedado durante el desarrollo de la cena y sólo se reserva para cuando ésta ha terminado. Asimismo, he de indicar que en esta cena de Nochebuena, la tradición polaca impone no tomar nada con carne, y aunque no nada que prohíba hacerlo, la gran mayoría de los polacos observa esta tradición.

En fin, casi finalizando la cena, tuvo lugar otro evento entrañable, especialmente para los niños que asistían, dado que, debajo del árbol de navidad, profusamente decorado, aguardaban los regalos. El hijo del propietario de la casa donde se desarrollaba la cena, primo de mi amiga Magda, fue el portavoz de San Nicolás, que había dejado ya los regalos bajo el árbol, y así, fun dado dichos regalos a los asistentes, de tal forma que ¡hasta yo tuve un pequeñito regalo! Todo el mundo, al recibir su regalo, decía alegremente: -¡Gracias, San Nicolás!-

Tras el reparto de regalos, otra parte de la tradición: los villancicos polacos. Las mujeres asistentes, abuelas, hijas, tías, primas, sobrinas..., comenzaron a cantar típicos villancicos polacos que, he de reconocer sinceramente, suenan muy bien, en cuanto a estilo musical. Son tranquilos, dulces, algo nostálgicos, pero en sus letras se adivina el mismo sabor navideño que en nuestros ruidosos villancicos españoles.

En fin, que tomando un pequeño licor, terminamos la cena y yo, con mis amigos, regresé a casa, pues ellos tenía que acostar a su pequeña Patrycja, que ya estaba muy cansada, y yo también notaba los efectos del cansancio, por lo que me apetecía dormir.

A todos los efectos, ha sido una bonita experiencia, a la par que muy interesante, el hecho de poder adentrarme en estas tradiciones de las que, a pesar de llevar ya bastante tiempo en Polonia, antes no podía hablar por no haber tenido ocasión de participar en las mismas.

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