Hoy quiero recuperar un viejo cuentecito que escribí hace tiempo, dado que me ha inspirado una película argentina que ví ayer, llamada La Fuga, una película del director Eduardo Mignogna (para ver la ficha técnica, pichar aquí), para poder apreciar la (in)justicia de cómo se reparte el mundo. Ciertamente el cuentecito no es nada del otro mundo, y a caballo del pensamiento de Orwell y de Guareschi, surgió esta pequeña historia satírico-moralizante. En fin, para no ser más pesado con la introducción, ahí va la historia:DE LOBOS Y DE BORREGOS
Érase una vez un pequeño rebaño de pequeños borregos, de esos que parecen tan suaves y con una lana muy blanca. Sí, de esos borreguitos que desearíamos tener en casa, aunque sólo fuera para poder mirarlos y deleitarse en esa vista, propia de la inocencia más cándida.
Pues bien, este rebañito hallábase en un prado muy verde, con una hierba muy tupida pero no demasiado alta, de la que se alimentaban durante todo el año, porque siempre se hallaba lozana y fresca. Además, el pastor, muy cuidadoso de ellos habíalos rodeado con una cerca fuerte y resistente, pero no para que se escaparan, sino para que estuvieran protegidos de la constante amenaza de los malvados lobos que, por cierto, pululaban por doquier en esa zona tan benigna para el borreguil acomodo.
Por otro lado, dicho rebañito de borregos había sido dotado por el amable pastor de un cuidadoso y efectivo autogobierno, siendo ellos libres para salir y entrar de la maravillosa parcela para ellos dispuesta, y entraban y salían a su antojo, pues así lo habían decidido en Asamblea Ordinaria, además de haber decidido otras cuestiones relativas a la convivencia diaria y al orden interno dentro del rebaño. En definitiva, eran una sociedad modelo y la envidia de otros rebaños que en los últimos tiempos no habían logrado llevar a la practica ciertos aspectos de política común, dado que eran rebaños mixtos, con presencia de ovejas blancas y ovejas negras (y ya saben ustedes lo difícil que es poner de acuerdo a las ovejas blancas con las ovejas negras).
En cualquier caso, nuestro rebaño en cuestión vivía feliz, hasta que un día apareció un lobito, muy grande y muy feo, pues además de no ser tan blanco como nuestros borreguitos, tenía unos colmillos enormes, horribles. Por ello nuestros borreguitos se asustaron terriblemente y decidieron en una Asamblea de Emergencia, convocada a tal efecto, no volver a salir del pradito hasta que el lobo no hiciera efectiva su marcha. Además, para acelerar el proceso, se procedió a nombrar a una Delegación Especial que debería ir a hablar con el dicho lobo y disuadirle de sus macabras y digestivas ideas, pero, eso sí, sin pasar de la puerta principal de la cerca.
Y hete aquí que se dirigieron a parlamentar con el lobito feo, siendo la discusión del siguiente tenor:
‑¡Oiga usted, señor don Lobito Feo! ¡Sí, sí, usted! Haga el favor de acercarse a la puerta de nuestra cerca.‑
Así lo hizo el lobito y dijo:
‑Yo no soy un Lobito Feo, simplemente soy un Borreguito Distinto. Lo único que pasa es que la naturaleza se ha portado mal conmigo y me ha dado este aspecto de lobo fiero, pero en realidad en mi interior late un corazón de borreguito y tengo un estómago de borreguito.‑
La Delegación Especial, atónita (no llego a entender, como ustedes comprenderán, si por el calibre del mensaje que en ese momento lanzó el lobito, o por la inmensa desfachatez del mismo) procedió a reunirse para dar a conocer la contestación a tan tremenda declaración. Tras media hora de deliberaciones procedieron a responder:
‑Usted nos está engañando, señor don Lobo Malo. Usted no es un borreguito como nosotros. Es un Lobito Feo, y lo que le queremos decir es que tenga cuidado con acercarse a nuestra cerca, que es grande y alta, que es la cerca de las cercas y además está sembrada de alambre de espino para que los lobitos feos y malos como usted no puedan pasar y se hagan daño.‑
El lobito puso una cara triste y compungida y comenzó a lamentarse:
‑¡Ya ven ustedes! Primero me piden que me acerque y después me amenazan. ¡Ya lo sabía yo! El mundo está muy mal repartido: ustedes que son borreguitos de lana blanca y suave, y además parecen borreguitos, me tratan a mí que tengo este pelaje oscuro y áspero, como un lobito ¡siendo como soy un borreguito!‑
Por supuesto, los borregos integrantes de la Delegación Especial comenzaron a reír con grandes carcajadas, diciéndole al lobito:
‑¡Esta sí que es buena! Un lobo que se cree borrego. Pero tú no nos engañas: tú eres un Lobito Malo y nos quieres comer, pero no podrás hacerlo, porque estamos protegidos por nuestra cerca, que es grande y alta, que es la cerca de las cercas y además está sembrada de alambre de espino para que los lobitos feos y malos como tú no puedan pasar y se hagan daño, y si lo intentas, pagarás caro tu atrevimiento.
El lobito, viendo que eran intransigentes los borreguitos, decidió alejarse un poco de la puerta principal y se recostó en la hierba, no sin antes decir:
‑¡Muy bien! Así lo habéis querido vosotros. Me quedaré aquí fuera pasando frío y expuesto al ataque de los lobos, mientras estáis calentitos y protegidos dentro de vuestra cerca tan grande y tan fuerte.‑
A lo que respondieron los borreguitos:
‑De acuerdo, que sea así, pero ya sabes que aquí no te queremos, y que te tendrás que ir tarde o temprano.‑
Y así, se retiraron de la puerta principal, congratulándose entre ellos de la dureza que habían tenido con aquel lobito y del efecto psicológico‑disuasorio que habían ejercido sus amenazas para con él. Posteriormente procedieron a dar un cumplido informe ante la Asamblea General de borreguitos acerca del curso de sus negociaciones, así como del relativo éxito obtenido en esta primera vuelta.
Los días pasaban, y allí, frente a la gran entrada principal se hallaba el lobito que, unas veces estaba recostado muy tranquilo y apacible sobre ese mar de verde hierba y otras, triscando con agradable satisfacción la misma verde hierba sobre la que se recostaba, al igual que los borreguitos que se hallaban dentro de la cerca, los cuales, no sin cierto asombro observaban con disimulo las acciones cotidianas de dicho lobito.
De esta manera, poco a poco los borreguitos comenzaron a replantearse la situación, pues la duda sobre si habían obrado con justicia o simplemente habían prejuzgado a ese pobre animalito que se hallaba fuera de la cerca protectora asaltaba a sus mentes, y cuando esta duda asaltaba sus mentes ya no podían comer tranquilos y tampoco podían conciliar el sueño. Por ello, un día se reunieron otra vez en Asamblea Extraordinaria y decidieron poner en práctica un acercamiento al supuesto Lobito Feo, que por otra parte, también podía ser un Borreguito Distinto.
Para llevar a cabo esta decisión, los borreguitos día a día se acercaban un poco a la entrada principal y conversaban con el lobito, siendo estas conversaciones más o menos del siguiente tenor:
‑¡Buen día tenga usted, don Lobito Feo!‑
‑¡Buen día, don Borreguito Amable! Pero le recuerdo que yo no soy un Lobito Feo, sino que soy un Borreguito Distinto, puesto que pertenezco a una raza especial de borreguitos que se halla muy lejos de aquí.‑
‑Como usted quiera, pero, ¿qué tal pasó usted la noche? ¿Tuvo frío, pasó calor o encontró el tiempo agradable?‑
‑No demasiado mal, pero creo que pasé un poco de frío; no obstante todo se sobrelleva. A propósito, ¿cómo es que sólo veo hoy a muchos menos de ustedes de los que normalmente hay?‑
‑Hoy, muy de mañana llegó el pastor, nuestro dueño, a fin de trasquilarnos, para que los hombres se puedan vestir con nuestra lana. Como usted verá, estamos realizando una labor muy importante, ya que damos abrigo y alimento a los hombres.‑
‑Ya lo veo, ya. Es una lástima que yo sea así, con un pelaje tan engorroso y áspero y no pueda ofrecer a los humanos ni abrigo ni alimento aunque, ¡qué veo! Si es casi diciembre, y ustedes pasarán sin su lanita frío.‑
‑Bueno, ese es uno de los inconvenientes de vivir civilizadamente. Son los impuestos que tenemos que pagar para seguir viviendo apaciblemente y seguros en este lugar tan bonito y tan tranquilo.‑
‑He de decirles que si ustedes pagan esos impuestos, a costa de coger un resfriado, o quien sabe, otra cosa peor, y a costa de perder leche para los corderitos tan blancos y tan bonitos de ustedes, y a costa de que, de vez en cuando lleven los hombres a alguno de ustedes a su casa para matarlo y después comérselo, es porque lo quieren así. Pero les daré un consejo de amigo: hoy, les piden eso. Mañana quizá sea más, y así cada vez... ¡ya me entiende!‑
Y un día tras otro el lobito hablaba así a los borreguitos que se acercaban a conversar con él, hasta que llegó un momento en el que comenzaron los mismos borreguitos a hablar de estos temas entre sí. Un buen día, inmensamente preocupados por la situación y muy enfadados con el pastor y con la humanidad en general, decidieron convocar una nueva Asamblea Extraordinaria, no tardándose en escuchar voces airadas:
‑¡Nuestro compañero, el Borreguito Distinto, tiene razón! Nos trasquilan en invierno, cuando más falta nos hace nuestra lanita blanca y suave, nos quitan la leche con la que deberíamos alimentar a nuestros corderitos, tan inocentes y tan bonitos, y, de vez en cuando, se llevan a alguno de nosotros a la casa del pastor para matarlo y comérselo. ¡Los humanos no se diferencian en nada de los lobitos feos y malos! ¡Son iguales que ellos!‑
Y uno a uno, repetían lo mismo, mientras que el lobito desde la entrada principal los animaba:
‑¡Tenéis razón! Eso es así porque yo lo he visto, puesto que he recorrido mucho mundo y tengo experiencia. Borreguitos, ¡uníos! ¡Hagamos un Sindicato de Borreguitos Inconformistas y planteemos al pastor nuestras quejas y nuestras demandas! Creedme, conmigo al frente mejorará ostensiblemente vuestra situación: ¡no más trasquilados en invierno! ¡Una cuota máxima de leche por semana! ¡Fin de las matanzas de Borreguitos Amables! Si quieren comer los humanos, que coman hierba como nosotros. ¡Hagamos una revolución que sea conocida por todos los rebaños del mundo! ¡Viva la Internacional de Borregos!‑
Los borreguitos comenzaron a jalear al lobito, dirigiéndose hacia la entrada principal para abrirle la puerta tan grande y tan alta, mientras exclamaban entre gritos de júbilo:
‑¡Vivan los borreguitos revolucionarios! ¡Viva el Sindicato de Borreguitos Inconformistas! ¡Viva nuestro líder, don Borreguito Distinto!‑
De esta guisa le abrieron la puerta de la cerca al lobito, entre vivas y muestras de afecto. Una vez abierta, el lobito, se precipitó hacia el interior del pradito a una velocidad asombrosa y al hallarse dentro del recinto comenzó a decir:
‑¡Borreguitos míos! Para que halla una auténtica cohesión y seamos un núcleo compacto de fuerza, debemos de estar todos unidos. Por ello me veo en el penoso deber de denunciar que algunos de vosotros no habéis estado de mi lado desde el principio, por lo tanto se debe hacer una purga antes de emprender cualquier otro tipo de acción. ¡Vivan los borreguitos amables e independientes!‑
Los borreguitos, que no cabían en sí de gozo, exclamaban:
‑¡Eso, eso! ¡Que haga una purga y acabe con nuestros disidentes internos! Si no, nunca impondremos el modo de vida borreguil independentista.‑
Y dicho y hecho: lo primero que hizo el lobito fue "purgar" a los miembros de la Delegación Especial comiéndoselos, y por si aún no había quedado claro para los demás de qué lado había que estar, también procedió a purgar del mismo modo a las familias de los miembros de la Delegación Especial.
Cuando pasaron unos días, el lobito ya había purgado a todos los borreguitos del rebaño, es decir, se los había comido todos. Viendo que no quedaba ninguno, se quedó un rato pensativo en medio de aquel pradito, en el que sólo quedaban unos pocos huesos mondados y algunos pequeños vellones de lana y, mirando en derredor suyo, se dijo a sí mismo en voz alta:
‑¡Fíjate! Tus purgas han surtido el efecto deseado y ya no queda nadie que luche contra el sistema. Ya ha sido liberada de su insana sociedad esta masa borreguil. La verdad es que deberían de estarte agradecidos por tan gran favor que les has hecho. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Vayamos, pues, a democratizar otro rebaño!‑